Profesores
Los recortes educativos que están sufriendo los servicios públicos de la Comunidad de Madrid no han dejado indiferente a Juan José Millás que, en la columna que firma en El País (9/9/2011), ha ironizado sobre este tema tan actual. En las escuetas líneas que ocupa su opinión da rienda suelta al sarcasmo más culto que guarda su pluma.
Los recortes educativos que están sufriendo los servicios públicos de la Comunidad de Madrid no han dejado indiferente a Juan José Millás que, en la columna que firma en El País (9/9/2011), ha ironizado sobre este tema tan actual. En las escuetas líneas que ocupa su opinión da rienda suelta al sarcasmo más culto que guarda su pluma.
Ya desde el título, “Profesores”, ronda en nuestras cabezas
el conflicto educativo que este curso 2011-2012 se ha presentado en las aulas
madrileñas y que mantiene en jaque a la escuela pública.
Comienza su texto apelando a la lógica más básica, según la
cual cualquiera intentaría solventar las dificultades que se le presentasen;
pero nos presenta una excepción a esta norma de sentido común: el terco
defensor de la ignorancia que intenta acabar con todo lo que no pueda
controlar.
Para argumentar esta excepcionalidad, a partir de la 6ª
línea, nos ofrece dos ejemplos. El primero nos retrotrae a la figura de Millán
Astray y a la Guerra Civil española y el segundo al estirador Procusto de la
mitología griega. Ambos intentaban adaptar el mundo a sus carencias, pesase a
quien le pesase, pues, siendo este un semidios y aquél con un revolver en su
mano, se creían en posesión de la razón.
En el segundo párrafo del artículo, y tras habernos colocado
en contra de la “ignorancia contumaz”, el autor aclara al lector el motivo de
su lógica, histórica y mitológica introducción: la carta repleta de faltas de
ortografía que Esperanza Aguirre ha enviado a los profesores explicando los
recortes educativos.
Desde el final de la 15ª línea, Millás irónicamente disculpa
a la Presidenta señalando a la Consejería como responsable de tal atropello
lingüístico. Pero no importa lo más mínimo ni a la una ni a la otra, los
políticos están por encima de estas nimiedades, como el caso del famoso
Metrobús.
Finalmente, desde la línea 19ª, concluye su discurso comparando
a Aguirre con Procusto y Astray sacando a colación unas declaraciones de la
propia dirigente en las que planteaba la necesidad de crear un cuerpo de
policía autonómica para controlar las protestas del movimiento 15-M en la
Puerta del Sol.
La apertura del texto con un sustantivo neutro, “lo lógico”, otorga más contundencia a su primer
argumento presentado en una enumeración
que no da pie a réplica alguna. No obstante, confirma la adhesión a su idea
lanzando una pregunta retórica cuya
negativa solo será defendida por el “ignorante contumaz” que es comparado con
un “feliz” cerdo. A continuación, una enumeración
de oraciones condicionales, formando anáfora,
denuncia la dictadura de la incultura que reniega de la filosofía, de la
literatura… saberes que no logra entender.
Ejemplifica esa
“ignorancia” con el general Astray y el mitológico Procusto que marcan lo
negativo y lo peligroso que puede llegar a ser la incultura frente a
Shakespeare, Quijote y la filosofía nombrados en las líneas anteriores como
abanderados de la cultura y la razón.
Comienza el segundo párrafo con una paradoja ya que a pesar de las faltas de ortografía que comete Esperanza
Aguirre en su carta a los profesores ha optado por reducir la inversión en
educación (lo lógico sería invertir más para corregir esa carencia ortográfica).
Este comportamiento la iguala a Procusto con el que el autor la compara con una
simple frase, “La cama de Procusto”,
que nos hace visualizar al semidios griego cortando o estirando los cuerpos de
sus pobres huéspedes. Lo mismo ocurre cuando la línea 21ª esa “pistola” nos
recuerda al general fascista en su “affaire” con el escritor bilbaíno Miguel de
Unamuno.
El texto se ve atravesado por un axis que marca el “ignorante contumaz”, Astray, Procusto, Esperanza
Aguirre, la Consejería de Educación y el responsable de transportes que nos
llevan a “lo ilógico”, a la falta de sentido común, a los recortes educativos
en la educación pública. La repulsa que se genera hacia estos “personajes”
aumenta al animalizarlos como
cerdos, burros y plagas (en referencia a las faltas de ortografía de la carta)
y al comprobar la inmensa cantidad de términos negativos que pueblan el
artículo: cojo, miope, dispéptico, carencias, ignorante, pocilga, coñazo, inútil,
vagos, peligrosos, pistola, faltas, recortes, escándalo, eliminar y, por supuesto, el adverbio y la conjunción
negativos “no” y “ni” que aparecen a lo
largo del discurso.
En dos ocasiones se une el adjetivo culto “contumaz” a la ignorancia, al principio del texto y final,
para recalcar que la terquedad nos mantiene ciegos ante los errores que
cometemos. Parte de lo general hasta llegar a lo particular y, en ambos casos,
la contumacia parece prevalecer.
Nuevamente, Juan José Millás, con su singular estilo coloquial, nos lleva hacia su
terreno para atraparnos entre las garras de sus reflexiones y su análisis de la
realidad proponiéndonos anécdotas tan lejanas como la del mito heleno o tan
cercanas como la del Metrobús de la Asamblea madrileña.
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