lunes, 20 de agosto de 2012

Comentario de un texto de Juan José Millás


Profesores

Los recortes educativos que están sufriendo los servicios públicos de la Comunidad de Madrid no han dejado indiferente a Juan José Millás que, en la columna que firma en El País (9/9/2011), ha ironizado sobre este tema tan actual. En las escuetas líneas que ocupa su opinión da rienda suelta al sarcasmo más culto que guarda su pluma.

Ya desde el título, “Profesores”, ronda en nuestras cabezas el conflicto educativo que este curso 2011-2012 se ha presentado en las aulas madrileñas y que mantiene en jaque a la escuela pública.
Comienza su texto apelando a la lógica más básica, según la cual cualquiera intentaría solventar las dificultades que se le presentasen; pero nos presenta una excepción a esta norma de sentido común: el terco defensor de la ignorancia que intenta acabar con todo lo que no pueda controlar.
Para argumentar esta excepcionalidad, a partir de la 6ª línea, nos ofrece dos ejemplos. El primero nos retrotrae a la figura de Millán Astray y a la Guerra Civil española y el segundo al estirador Procusto de la mitología griega. Ambos intentaban adaptar el mundo a sus carencias, pesase a quien le pesase, pues, siendo este un semidios y aquél con un revolver en su mano, se creían en posesión de la razón.
En el segundo párrafo del artículo, y tras habernos colocado en contra de la “ignorancia contumaz”, el autor aclara al lector el motivo de su lógica, histórica y mitológica introducción: la carta repleta de faltas de ortografía que Esperanza Aguirre ha enviado a los profesores explicando los recortes educativos.
Desde el final de la 15ª línea, Millás irónicamente disculpa a la Presidenta señalando a la Consejería como responsable de tal atropello lingüístico. Pero no importa lo más mínimo ni a la una ni a la otra, los políticos están por encima de estas nimiedades, como el caso del famoso Metrobús.
Finalmente, desde la línea 19ª, concluye su discurso comparando a Aguirre con Procusto y Astray sacando a colación unas declaraciones de la propia dirigente en las que planteaba la necesidad de crear un cuerpo de policía autonómica para controlar las protestas del movimiento 15-M en la Puerta del Sol.

La apertura del texto con un sustantivo neutro, “lo lógico”, otorga más contundencia a su primer argumento presentado en una enumeración que no da pie a réplica alguna. No obstante, confirma la adhesión a su idea lanzando una pregunta retórica cuya negativa solo será defendida por el “ignorante contumaz” que es comparado con un “feliz” cerdo. A continuación, una enumeración de oraciones condicionales, formando anáfora, denuncia la dictadura de la incultura que reniega de la filosofía, de la literatura… saberes que no logra entender.
Ejemplifica esa “ignorancia” con el general Astray y el mitológico Procusto que marcan lo negativo y lo peligroso que puede llegar a ser la incultura frente a Shakespeare, Quijote y la filosofía nombrados en las líneas anteriores como abanderados de la cultura y la razón.
Comienza el segundo párrafo con una paradoja ya que a pesar de las faltas de ortografía que comete Esperanza Aguirre en su carta a los profesores ha optado por reducir la inversión en educación (lo lógico sería invertir más para corregir esa carencia ortográfica). Este comportamiento la iguala a Procusto con el que el autor la compara con una simple frase, “La cama de Procusto”, que nos hace visualizar al semidios griego cortando o estirando los cuerpos de sus pobres huéspedes. Lo mismo ocurre cuando la línea 21ª esa “pistola” nos recuerda al general fascista en su “affaire” con el escritor bilbaíno Miguel de Unamuno.
El texto se ve atravesado por un axis que marca el “ignorante contumaz”, Astray, Procusto, Esperanza Aguirre, la Consejería de Educación y el responsable de transportes que nos llevan a “lo ilógico”, a la falta de sentido común, a los recortes educativos en la educación pública. La repulsa que se genera hacia estos “personajes” aumenta al animalizarlos como cerdos, burros y plagas (en referencia a las faltas de ortografía de la carta) y al comprobar la inmensa cantidad de términos negativos que pueblan el artículo: cojo, miope, dispéptico, carencias, ignorante, pocilga, coñazo, inútil, vagos, peligrosos, pistola, faltas, recortes, escándalo, eliminar y, por  supuesto, el adverbio y la conjunción negativos “no” y  “ni” que aparecen a lo largo del discurso.
En dos ocasiones se une el adjetivo culto “contumaz” a la ignorancia, al principio del texto y final, para recalcar que la terquedad nos mantiene ciegos ante los errores que cometemos. Parte de lo general hasta llegar a lo particular y, en ambos casos, la contumacia parece prevalecer.

Nuevamente, Juan José Millás, con su singular estilo coloquial, nos lleva hacia su terreno para atraparnos entre las garras de sus reflexiones y su análisis de la realidad proponiéndonos anécdotas tan lejanas como la del mito heleno o tan cercanas como la del Metrobús de la Asamblea madrileña.

27 de octubre de 2011

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